15 abril, 2014
Algo llama mi atención.
Salto con la mirada, desde la esquina de la pantalla del ordenador, al parque que hay tras mi ventana.
Hace una mañana de primavera estupenda. Una de esas que huelen, que se dejan sentir con los ojos cerrados y que casi puedes tocar con la punta de los dedos.
Unos niños juegan a coger en el parque, el sol brilla exultante en el cielo, y yo ya estoy allí.
Corren, se esquivan, hacen juegos de cadera imposibles para escapar unos de otros.
Cierro los ojos e inspiro fuerte.
Hace tanto tiempo que no veo a nadie jugar; jugar así, quiero decir. Jugar como solo un niño sabe jugar. Jugar sin pensar, sin preocuparse. Jugar por que sí, sin más, en mayúsculas: JUGAR.
Sigo allí, con los niños, en el parque; bajo la primavera, entre sus olores.
Algo me vuelve a llamar la atención. Ya no están. Se terminó el juego, se apagaron las risas.
Quietud.
Mi mirada se retrae, a través de la ventana, hacia la pantalla del ordenador. Vuelve buscando, como si de un niño que acaba de hacer una travesura se tratase, la esquina de la pantalla por donde escapó.
Parpadea una alarma de Outlook, tengo un email en mi bandeja de entrada.
¿Y si lo leo mañana? No quiero saber lo que dice.
Lo único que necesito saber ahora es que, es martes y hace un día maravilloso.